La tragedia de Armero no solo dejó una estela de muerte y destrucción: también abrió una de las historias más dolorosas y enigmáticas de la memoria reciente de Colombia. Entre los más de 23.000 fallecidos oficialmente registrados, cientos de familias sostienen que muchos niños sobrevivieron a la avalancha, fueron evacuados por organismos de socorro y posteriormente trasladados a hospitales, orfanatos y hogares de paso. Este fenómeno derivó en uno de los capítulos más sensibles: el de los niños desaparecidos, cuyos paraderos siguen siendo motivo de búsqueda, esperanza y controversia cuatro décadas después.
En medio del caos de la emergencia, decenas de menores fueron transportados improvisadamente en helicópteros hacia distintas ciudades sin que quedara un registro claro. Las listas incompletas, la falta de protocolos y la ausencia de un sistema centralizado de información provocaron que muchos niños salieran vivos del desastre, pero se desvanecieran en el laberinto burocrático del país. Muchos padres, que sobrevivieron a la tragedia, nunca volvieron a reencontrarse con sus hijos, y comenzaron una larga y desgarradora lucha por obtener respuestas.
En ese contexto surgió el célebre “Libro Rojo” de Armero, compilado por la psicóloga y escritora Guiomar Dueñas, quien decidió documentar los testimonios y registros dispersos de menores presuntamente rescatados. El libro reúne cientos de nombres, fotografías, características físicas, reportes hospitalarios y testimonios de sobrevivientes y funcionarios. Para muchas familias, el Libro Rojo se convirtió en un símbolo de esperanza, pues contenía rastros que sugerían que sus hijos no habían muerto, sino que habían sido reubicados sin un proceso verificable.
A lo largo de los años, diversos reportajes investigativos profundizaron en este fenómeno. Programas de televisión, periódicos y entidades académicas sostuvieron que sí existieron menores que quedaron bajo custodia de instituciones de bienestar o familias adoptivas sin un adecuado control. En algunos casos, jóvenes adultos comenzaron a buscar su origen biológico y descubrieron que habían sido registrados como huérfanos en días posteriores a la tragedia. Aunque estas historias no constituyen prueba general, sí mantienen viva la pregunta: ¿cuántos niños realmente desaparecieron?
Las entidades del Estado han sostenido históricamente que la mayoría de los menores del Libro Rojo fallecieron y que las inconsistencias se debieron al caos de la emergencia. Sin embargo, las familias insisten en que hubo fallas graves en el manejo del rescate y en la identificación. La falta de cotejos de ADN en su momento, los errores en los listados oficiales y el traslado apresurado de menores alimentaron el sentimiento de incertidumbre. Después de 40 años, la búsqueda sigue siendo un dolor que se hereda de generación en generación.
La Asociación de Sobrevivientes y familiares de Armero ha mantenido durante décadas una labor incansable para encontrar respuestas. Han solicitado bases de datos, inspecciones, pruebas, reconstrucciones documentales y entrevistas oficiales. Cada aniversario renueva la exigencia de que el Estado impulse investigaciones definitivas que aclaren los casos pendientes. Aunque algunas búsquedas han llevado a posibles coincidencias, muchas nunca llegaron a conclusiones, dejando en el aire un vacío emocional que aún pesa sobre el país.
Este episodio revela otro componente fundamental de la tragedia: el impacto psicológico y social. Las madres que buscaron por años a sus hijos narran historias de hospitales que negaban entradas, instituciones que no entregaban registros, fotografías perdidas y versiones contradictorias. La sensación de abandono estatal se convirtió en una segunda herida, tan profunda como el desastre natural. Para ellas, el Libro Rojo simboliza la memoria de una búsqueda que no se ha detenido.
Hoy, a 40 años del desastre, los niños desaparecidos de Armero siguen siendo una herida abierta en la historia nacional. Son el recordatorio de que, además de la avalancha, hubo un colapso institucional que afectó a los sobrevivientes. El Libro Rojo continúa siendo un documento histórico, un mapa incompleto cargado de preguntas. Para las familias, la esperanza aún late: que algún día la ciencia, los archivos y la voluntad política permitan reconstruir la verdad y cerrar un capítulo que nunca debió quedar en la penumbra.
