La llamada que estremeció al país: la voz del piloto que narró en vivo la tragedia de Armero

 


La noche del 13 de noviembre de 1985 quedó marcada en la historia de Colombia no solo por la avalancha que arrasó a Armero, sino por una transmisión radial que reveló en tiempo real la magnitud del desastre a la mañana siguiente. Mientras las autoridades aún buscaban información y los organismos de socorro intentaban dimensionar lo ocurrido, una llamada al programa 6 AM - 9AM de Caracol Radio, dirigido por Yamid Amat, se convirtió en el primer relato directo, crudo y estremecedor de la tragedia. Su protagonista fue un piloto que sobrevolaba la zona y que, desde la radio de su aeronave, describió un panorama que nadie estaba preparado para escuchar: Fernando Rivera.


El contacto ocurrió minutos después de la erupción del Nevado del Ruiz y del descenso del río de lodo que sepultó a Armero. La transmisión era parte del noticiero nocturno, que solía cerrar la jornada informativa. Yamid Amat, consciente de las señales de actividad volcánica reportadas durante el día, mantenía su equipo atento a cualquier novedad. Fue entonces cuando entró la comunicación aérea: una voz entrecortada, tensa, casi incrédula, que pedía al país abrir los ojos ante lo que estaba viendo desde el aire. Era el primer testigo del desastre masivo.


El piloto informó que sobrevolaba el valle del río Lagunilla y que, desde la altura, lo que veía era aterrador: “El pueblo… el pueblo desapareció”. Su voz, cargada de angustia, describió largas franjas de lodo hirviente, casas arrasadas, árboles arrancados y destellos de luces que parecían moverse entre la oscuridad: eran personas pidiendo auxilio, atrapadas en medio del barro. “Hay gritos… hay gente viva… por favor, envíen ayuda”, suplicaba mientras se quebraba en directo. Fue la primera confirmación de que Armero había sido destruido por completo.


La llamada dejó en shock al país. En cuestión de minutos, miles de oyentes escucharon que un municipio entero había desaparecido. El piloto relató que podía ver cuerpos flotando, techos a la deriva y grupos de sobrevivientes tratando de subirse a fragmentos de casas. Repetía una y otra vez que la avalancha era inmensa, que no quedaba rastro del casco urbano, que solo un desierto gris y humeante cubría la planicie. Lo que para muchos era un rumor se convirtió, con esa transmisión, en una certeza desgarradora: Colombia enfrentaba la peor tragedia natural de su historia moderna.


La llamada duró solo algunos minutos, pero se convirtió en un documento histórico. Mientras el piloto narraba la devastación, Yamid Amat intentaba mantener la calma, haciendo preguntas precisas que permitieran orientar a las autoridades. ¿Había rutas de acceso? ¿Dónde se veían más sobrevivientes? ¿Qué tan grande era el área afectada? Las respuestas eran cada vez más inquietantes: “Toda… toda la ciudad quedó bajo el lodo”. La incredulidad se mezclaba con la urgencia; no había espacio para la duda. La nación entera escuchaba la voz de un hombre que enfrentaba desde el aire la dimensión del horror.


Gracias a esa llamada, los organismos de socorro activaron desplazamientos inmediatos, aunque llegar sería imposible durante horas debido a los derrumbes, el lodo caliente y las vías destruidas. Las autoridades civiles y militares comprendieron, gracias al relato del piloto, que no era un episodio localizado, sino la aniquilación total de un municipio entero. La transmisión también permitió que estaciones internacionales captaran la señal, convirtiendo a Armero en noticia mundial en cuestión de minutos. La tragedia ya no era un rumor; era un cataclismo confirmado en vivo.


Décadas después, esa llamada sigue siendo recordada como uno de los momentos más impactantes en la historia del periodismo colombiano. No había imágenes, no había transmisiones televisivas, no había drones ni redes sociales: solo una voz humana, temblorosa, sobrevolando la muerte. Su descripción permitió dimensionar la magnitud del desastre cuando aún no había acceso terrestre. Fue una pieza clave para entender la urgencia del rescate y para que el país asumiera la gravedad del momento con rapidez y sin ambigüedades.


Hoy, a 40 años de la tragedia, la llamada del piloto permanece como un testimonio vivo de la primera mirada al infierno. Es también un recordatorio de la fragilidad humana ante las fuerzas de la naturaleza y del papel crucial del periodismo en situaciones límite. Su voz, transmitida desde la cabina de una avioneta esa noche de noviembre, sigue resonando como un eco doloroso que marcó el comienzo de la historia más trágica que haya vivido Colombia.

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