El 22 de noviembre de 1975, apenas dos días después del fallecimiento de Francisco Franco, el acto celebrado en las Cortes Españolas marcó un hito ineludible: la proclamación de Don Juan Carlos de Borbón como Rey de España. Este evento no fue un simple traspaso de poderes tras la dictadura, sino la primera piedra de un complejo proceso conocido como la Transición, cuya esencia residía en el desmantelamiento pacífico del régimen franquista y el tránsito hacia la democracia parlamentaria.
El escenario de las Cortes, aún bajo el peso del luto y la simbología franquista, fue testigo de una juramentación ambivalente. El nuevo monarca juró acatar las Leyes Fundamentales del Reino, satisfaciendo a los inmovilistas del "búnker" que esperaban una continuidad automática. Sin embargo, su discurso subsiguiente se erigió como un código de intenciones hacia la reforma, utilizando términos inéditos para el contexto, como la mención expresa de la "concordia" y la "pluralidad" como bases para la convivencia nacional.
El discurso de Juan Carlos I desde el hemiciclo fue magistralmente calibrado para navegar entre las dos Españas. Si bien rindió un necesario homenaje a la figura de Franco, el mensaje fundamental se dirigió al futuro: "La Corona será cauce de paz y unidad". El Rey se presentó como el garante de una nueva etapa, prometiendo ser un "moderador eficaz" en la instauración de un sistema democrático que fuera incluyente y representativo de la voluntad popular, y no solo de la élite franquista.
Uno de los mensajes más determinantes, y de gran calado geopolítico, fue el énfasis en la vocación europea de España. Al subrayar que "España deberá contar con Europa y Europa con España", el Rey indicaba la necesidad urgente de superar el aislamiento impuesto por la dictadura. Este guiño a las democracias occidentales significó el inicio de la homologación institucional que culminaría con la integración del país en la Comunidad Económica Europea.
A pesar de la solemnidad del acto, la proclamación se llevó a cabo en un contexto de fricción dinástica, ya que el legítimo heredero de la Corona era su padre, Don Juan de Borbón. El hecho de que Juan Carlos aceptara la jefatura directamente de Franco generó un cisma en la familia real. Este conflicto no se resolvió formalmente hasta 1977, cuando Don Juan, con gran altura institucional, renunció a sus derechos, consolidando así la legitimidad de Juan Carlos I como Rey constitucional.
La trascendencia histórica del 22 de noviembre de 1975 reside en que otorgó a Juan Carlos I la Jefatura del Estado con plenos poderes legales según el marco franquista. Esta posición institucional fue la herramienta estratégica que el monarca utilizó para desmantelar, de forma pactada y sin ruptura violenta, las estructuras de la dictadura. El nombramiento posterior de figuras reformistas, como Adolfo Suárez, demostró que el compromiso de continuidad era la llave para abrir las puertas a la democracia.
La jornada simbolizó el cruce de un umbral histórico: el fin definitivo de un régimen personalista y el inicio de una Monarquía Parlamentaria. La sociedad española, marcada por décadas de silencio político, percibió en el discurso del Rey la posibilidad real de recuperar las libertades fundamentales. La cautela se mezclaba con la esperanza ante la perspectiva de un joven Rey que debía guiar un país dividido y enfrentado hacia la reconciliación nacional.
En definitiva, la proclamación del 22 de noviembre de 1975 fue el acto fundacional que puso en marcha la maquinaria de la Transición. La figura de Juan Carlos I fue crucial no solo por su discurso de apertura, sino por su capacidad para arbitrar el cambio. Gracias a esta prudente estrategia de desmantelamiento interno, España pudo dotarse de una Constitución en 1978 y consolidar el periodo democrático más estable de su historia contemporánea.
