El título que no se improvisa: una reflexión sobre el periodismo en la región

 

Hay palabras que pesan más que otras. “Periodista” es una de ellas. No es un adorno, no es un apodo mediático ni un certificado otorgado por el algoritmo. Es un título que implica horas de lectura, años de escritura, noches con cierre de edición y una ética que se vuelve segunda piel. 
Por eso, el llamado que hace FUCIMDRES —la Fundación del Círculo de Medios Digitales y Redes Sociales— con sede en República Dominicana, no es una reacción caprichosa; es una advertencia necesaria en un ecosistema donde la frontera entre informar y opinar se diluye con preocupante facilidad.

En tiempos dominados por el impacto, los “views” y la velocidad, muchos comunicadores, creadores de contenido e influencers han ganado un espacio indiscutible. Su creatividad, su capacidad de narrar y su influencia digital son parte del tejido contemporáneo de la comunicación. 
Sin embargo, ninguna de estas virtudes reemplaza la formación académica que exige el periodismo. Y ese es el corazón del planteamiento de FUCIMDRES: no se trata de excluir a nadie, sino de reconocer que cada oficio tiene su rigor, sus métodos y su responsabilidad.

La fundación, encabezada por el periodista Kelvin Faña, recuerda una obviedad que parece necesitar subrayado: quien no ha cursado estudios profesionales avalados por el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (MESCyT) en el caso de República Dominicana, no puede —ni debe— presentarse como periodista. El periodismo no es una etiqueta que se pega por reiteración; es una profesión regulada, atravesada por estándares éticos y académicos, cuya razón de ser es garantizar el derecho ciudadano a una información veraz y contrastada.

La preocupación de la entidad no es menor. En muchos espacios digitales, y cada vez más en escenarios tradicionales, se normaliza presentar como periodistas a figuras con gran presencia mediática pero sin formación en el oficio. El problema no es su éxito ni su popularidad, sino el riesgo de confundir al público sobre quién ejercita un rol social tan delicado como investigar, verificar y narrar hechos con responsabilidad. Cuando esa confusión crece, pierde la credibilidad informativa y se erosiona la confianza pública.

FUCIMDRES también lanza un mensaje directo a los propios comunicadores: corregir, aclarar, no dejar pasar el error cuando son presentados como periodistas. Es un acto de honestidad profesional, pero también de respeto hacia sí mismos. Nadie necesita apropiarse de una profesión para validar su impacto. La autenticidad no se mide en títulos ajenos; se mide en la coherencia entre lo que se es y lo que se hace.

La advertencia alcanza a instituciones, productores y organizadores de eventos. Presentar erróneamente a un influencer o a un creador digital como periodista no solo desinforma; contribuye a una peligrosa banalización del oficio. Si todo el que habla ante una cámara es periodista, entonces nadie lo es. Y si nadie lo es, se debilita la estructura democrática que necesita voces formadas para investigar con independencia y contar lo que otros prefieren ocultar.

El periodismo se sostiene en pilares que no son negociables: ética, formación, método, verificación. En una época en la que la información circula a velocidades inéditas y la desinformación encuentra atajos, defender estos pilares es un imperativo. Por eso el llamado de FUCIMDRES es, en el fondo, un acto de defensa del interés público.

Al final, lo que está en juego no es un título sino la calidad de la conversación democrática. Que cada quien ocupe el espacio que le corresponde no es una restricción; es una forma de honrar el oficio. Y el periodismo, más que nunca, necesita ser honrado.

Columna de Jhonatan Rojas Ahumada, basado en un comunicado de FUCIMDRES en cabeza de Kelvin Ortiz Faña

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