| Fotograma tomado de Señal Memoria. |
A cuatro décadas de la tragedia de Armero, el audiovisual sigue siendo una herramienta esencial para comprender el horror, la memoria y las preguntas que dejó la avalancha del Nevado del Ruiz. Diversas producciones —desde la ficción hasta el documental— han intentado reconstruir no solo los hechos, sino el tejido emocional y social que se rompió aquella noche del 13 de noviembre de 1985. Estas obras permiten que nuevas generaciones conozcan lo ocurrido, mientras para otras funcionan como un espejo del dolor vivido. Cada una aporta un ángulo distinto, pero todas coinciden en una misión: impedir que el olvido sepulte aquello que la tierra destruyó.
Entre las producciones más representativas se encuentra “Armero” (2017), dirigida por Christian Mantilla, una película de ficción inspirada en historias reales. La cinta recrea la vida cotidiana de habitantes de la ciudad antes del desastre, y combina el drama romántico con el suspenso que generaron las advertencias desoídas. Su fuerza radica en el retrato humano de las familias que quedaron atrapadas entre la negligencia institucional y la furia del volcán. La película invita a sentir la tragedia a flor de piel y a reflexionar sobre lo que pudo evitarse. Es una obra emotiva que despertó interés renovado por la memoria de Armero.
Uno de los trabajos documentales más sólidos es “Ecos de Armero” (2015), una pieza que reconstruye la tragedia con testimonios de sobrevivientes, rescatistas y periodistas. A través de imágenes de archivo y narraciones en primera persona, el documental expone con claridad el contexto previo, las decisiones mal tomadas y el caos absoluto vivido durante la emergencia. Su enfoque es directo y contundente, sin adornos innecesarios. Esta obra se ha convertido en un referente académico y mediático para estudiar uno de los episodios más dolorosos de la historia reciente del país. Es, sin duda, una pieza fundamental para entender el trasfondo humano e institucional del desastre.
Una producción menos conocida, pero profundamente necesaria, es el capítulo dedicado a Armero en la serie documental “Historias de Oficio”, que se centra en los reporteros, fotógrafos y camarógrafos que cubrieron la tragedia. El capítulo explora los dilemas éticos, el impacto emocional y la responsabilidad histórica del periodismo frente al dolor ajeno. Se detiene en imágenes icónicas —como la de Omayra Sánchez— y en el debate sobre si registrar el horror es un acto de memoria o de invasión. Este episodio visibiliza el papel del oficio periodístico como guardián de la verdad en medio del colapso.
La cuarta producción clave es “No morirás, Armero”, dirigida por Jorge Alí Triana, una película que explora la tragedia desde un enfoque íntimo, simbólico y profundamente humano. Triana construye una narrativa que combina ficción y denuncia, mostrando cómo el miedo, la incredulidad y la desconexión institucional se entrelazaron en los días previos a la erupción. La película retrata con sensibilidad la vulnerabilidad de quienes nunca imaginaron el alcance del desastre. Su fuerza está en su capacidad para interpelar al espectador a través del drama personal y colectivo, convirtiéndose en una reflexión sobre la fragilidad de la vida y la necesidad de escuchar a la ciencia.
Estas cuatro obras, distintas en estética y formato, coinciden en un punto esencial: la tragedia de Armero no puede comprenderse solo desde los datos o las cifras. Se necesita escuchar las voces, mirar las imágenes y sentir la profundidad emocional que estos relatos reconstruyen. Cada producción invita a una memoria activa, crítica y empática. A través de ellas, el país mira hacia atrás para aprender, pero también para reconocer a las víctimas como seres humanos y no solo como números en una estadística.
El audiovisual sirve como puente entre la historia y las nuevas generaciones. Para quienes no vivieron la tragedia, estas producciones son su primera aproximación a un episodio que definió la relación de Colombia con la gestión del riesgo. Para quienes sí lo vivieron, son una oportunidad para resignificar el pasado y reconstruir el duelo colectivo. En ambos casos, cumplen la misión de mantener viva la memoria.
A pesar de las diferencias en sus aproximaciones, estas obras revelan un país que aún busca respuestas. ¿Pudo evitarse la tragedia? ¿Qué responsabilidades no se asumieron? ¿Qué aprendizajes se han incorporado realmente? El cine y el documental no ofrecen respuestas definitivas, pero sí abren el debate, iluminan zonas oscuras y nos obligan a enfrentar verdades incómodas. La memoria audiovisual es, en ese sentido, un acto de justicia.
Revisitar estas producciones es un gesto de homenaje a las más de 25.000 víctimas y desaparecidos. A 40 años, el cine y la televisión siguen recordándonos que Armero no es un capítulo cerrado, sino una herida que aún conversa con el presente. Cada obra, a su manera, mantiene vivo el llamado a no repetir los errores que llevaron a una de las tragedias más devastadoras de América Latina. Y en esa persistencia, reside su poder.
