Chinchiná: la tragedia silenciosa que quedó a la sombra de Armero

 


La historia recuerda con dolor la tragedia de Armero del 13 de noviembre de 1985. Sin embargo, pocas veces se reconoce que esa misma noche, mientras el país se estremecía por la avalancha del volcán Nevado del Ruiz, otro pueblo también quedó sumido en la devastación: Chinchiná, en Caldas. Aquel episodio, aunque menos recordado, dejó más de 1.800 víctimas, barrios enteros arrasados y una herida profunda en la memoria colectiva del Eje Cafetero. Hoy, casi cuatro décadas después, la tragedia de Chinchiná sigue siendo una historia que exige ser contada.


Eran cerca de las 9:30 p. m. cuando la avalancha de lodo, piedras y escombros descendió por la cuenca del río Chinchiná, arrastrando todo a su paso. Los habitantes de barrios como La Palestina, El Cafetal, La Concordia y zonas ribereñas apenas tuvieron segundos para reaccionar ante la fuerza de un fenómeno que no alcanzaron a imaginar. A diferencia de Armero, donde el impacto fue total, los sobrevivientes relatan que en Chinchiná el ruido fue la única advertencia, un estruendo que anunciaba una tragedia inevitable.


Las cifras oficiales hablan de aproximadamente 1.900 muertos, aunque testimonios de la época afirman que el número real pudo superar los 2.500, pues muchas víctimas nunca fueron registradas o quedaron bajo toneladas de lodo. La avalancha destruyó viviendas, vías, puentes, postes de energía y fábricas, dejando al municipio en una oscuridad literal y emocional. Durante días, los rescatistas locales —bomberos, vecinos, trabajadores cafeteros— actuaron como primeros respondientes, removiendo escombros con las manos y enfrentando la magnitud del desastre casi en soledad, pues la atención nacional se concentró de inmediato en Armero.


La tragedia de Chinchiná fue también una tragedia laboral y cafetera. Muchas de las víctimas eran trabajadores de la industria del café que vivían cerca de los beneficios y canales del río, donde se asentaban barrios populares construidos con décadas de esfuerzo. Para el Eje Cafetero, la avalancha significó un golpe económico que coincidió con años difíciles para la producción nacional. Sin embargo, el impacto emocional fue aún más profundo: familias enteras desaparecieron, y el duelo fue silencioso, fragmentado, sin cámaras ni cobertura masiva.


Las autoridades locales de la época señalaron que hubo señales previas, pero la falta de sistemas de alerta temprana, monitoreo y pedagogía del riesgo impidieron actuar a tiempo. Décadas después, los expertos coinciden en que Chinchiná representa una de las primeras lecciones del país sobre gestión del riesgo, prevención de desastres y lectura del territorio. Una lección que, lamentablemente, se aprendió con vidas humanas.


Hoy, el municipio ha resurgido con fuerza. Chinchiná es un referente del Paisaje Cultural Cafetero y un motor industrial del departamento. Sin embargo, cada aniversario revive un reclamo justo: el derecho a ser recordados. Escuelas, colectivos de memoria y organizaciones comunitarias han trabajado para que las nuevas generaciones conozcan lo ocurrido y comprendan que, detrás de la tragedia más recordada del país, hubo otra igual de dolorosa, pero menos visibilizada.


Recordar la tragedia de Chinchiná es un acto de justicia. No solo para honrar a las víctimas, sino para entender que la historia del desastre del Nevado del Ruiz es una sola: un evento multinodal que golpeó a dos pueblos distintos con la misma fuerza. Armero, la herida nacional; Chinchiná, la herida silenciosa. Ambas merecen memoria, verdad y reflexión para que nunca más un país quede desprevenido ante la fuerza de la naturaleza.


Hoy, cuando Colombia vuelve a hablar de gestión del riesgo y de la protección de las comunidades vulnerables, es necesario que la tragedia de Chinchiná recupere su lugar en la memoria colectiva. Porque recordar no solo es un acto de duelo: es una forma de construir un futuro más seguro, más consciente y más humano.

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente