A cincuenta años de la muerte de Franco: la crónica de un país suspendido entre el silencio y el futuro


El 20 de noviembre de 1975, a las 4:20 de la madrugada, España se despertó con una noticia que llevaba décadas esperando y temiendo a la vez: la muerte de Francisco Franco Bahamonde, jefe de Estado desde 1939. El anuncio no solo cerraba una de las dictaduras más largas del siglo XX, sino que abría un periodo de incertidumbre profunda. A medio siglo de aquel momento, la memoria colectiva recuerda no solo la figura de Franco, sino las horas tensas que acompañaron su agonía y la transición que empezaba a tomar forma entre pasillos, partes médicos y mensajes oficiales.


Franco había sido ingresado en el Hospital de La Paz el 30 de octubre tras sufrir un deterioro acelerado de su salud. Desde hacía meses, su círculo más íntimo ocultaba complicaciones cardíacas, problemas gástricos y episodios de insuficiencia. Pero a finales de ese mes, cuando sufrió una tromboflebitis y posteriormente una perforación gástrica que derivó en una hemorragia masiva, se hizo evidente que el final era inevitable. Los partes médicos difundidos por el Gobierno eran redactados con un tono casi litúrgico, entre la distorsión y el control absoluto: se hablaba de “leve empeoramiento”, “cierta mejoría”, “situación estable”, incluso cuando el estado del dictador era ya irreversible.


Las últimas horas estuvieron marcadas por un incesante desfile de autoridades civiles, militares y religiosas. A medida que su cuerpo fallaba, las élites del franquismo intentaban dar continuidad a un régimen construido alrededor de un solo hombre. El país observaba desde la distancia, informado únicamente por comunicados oficiales transmitidos por televisión y radio, donde el locutor seguía empleando un lenguaje solemne, congelado en el tiempo: “El Generalísimo presenta un cuadro clínico de extrema gravedad”.


El 20 de noviembre, antes del amanecer, se emitió el comunicado definitivo. España quedó en silencio. La televisión pasó inmediatamente a un rígido protocolo ceremonial: himnos, imágenes de Franco en blanco y negro, discursos que hablaban de “sucesión natural”. Las portadas de los diarios, vigiladas por la censura hasta el último minuto, titularon con prudencia extrema. Nadie sabía qué vendría después. Muchos temían otra ruptura abrupta; otros, que nada cambiara.


El cadáver de Franco fue trasladado al Palacio de El Pardo, donde miles de personas hicieron fila en un ambiente mezcla de duelo oficial y curiosidad histórica. El funeral, celebrado en la Plaza de Oriente ante autoridades de medio mundo, fue una escenificación solemne del régimen que se apagaba. Aun así, bajo esa coreografía política ya se movía otro país: partidos clandestinos, sindicatos perseguidos, estudiantes, familias enteras deseosas de libertad y elecciones.


El 22 de noviembre, apenas dos días después de la muerte del dictador, las Cortes franquistas proclamaron rey a Juan Carlos I, cumpliendo el diseño sucesorio trazado por el propio Franco en 1969. La ceremonia fue sobria, cargada de simbolismo y tensión. En su primer discurso, Juan Carlos habló de “una monarquía moderna para todos los españoles”, de “participación”, de “reformas”, palabras que muchos oían por primera vez desde un atril oficial. Era el inicio de un proceso incierto que pronto sería llamado “la Transición”.


Ese mismo día quedó claro que España estaba entrando en una nueva etapa. No había todavía una hoja de ruta definitiva, pero sí una voluntad creciente de dejar atrás el aislamiento, la censura, la represión y la parálisis política. La muerte de Franco no resolvió los dilemas del país, pero abrió una puerta que ya no volvería a cerrarse: la de un futuro democrático que, tres años después, desembocaría en la Constitución de 1978.


Cincuenta años después, la España de 2025 mira aquel capítulo con una mezcla de memoria, análisis y debate. La muerte del dictador fue el final de una era marcada por la violencia, el silencio y el control, pero también el inicio de un periodo de transformación que sigue siendo referencia internacional. Recordar cómo fue ese momento —la agonía, el anuncio, la proclamación del nuevo rey— es recordar cómo un país entero aprendió a caminar hacia la libertad en medio de la incertidumbre.

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