Uribe libre, el Pacto con inquietudes y un país en vísperas de una nueva batalla electoral

 

Foto tomada de Registraduría Nacional del Estado Civil.

El tablero político colombiano se movió de manera contundente esta semana. Por un lado, el Tribunal Superior de Bogotá absolvió al expresidente Álvaro Uribe Vélez, cerrando un proceso que por años marcó la agenda judicial y mediática del país. Por otro, el Pacto Histórico definió a Iván Cepeda como su candidato presidencial y dio forma preliminar a su lista al Senado. Dos hechos paralelos, pero profundamente conectados: mientras uno libera un símbolo del poder tradicional, el otro consolida al progresismo como su contraparte histórica.


La absolución de Uribe —y su regreso pleno a la vida política— tiene un peso simbólico que trasciende el ámbito judicial. No solo recupera libertad de acción, sino que revitaliza a un sector conservador que parecía dividido y sin brújula. Las declaraciones de sus aliados tras el fallo no dejan dudas: el expresidente vuelve al ruedo para reagrupar al Centro Democrático, impulsar una lista fuerte al Congreso y, sobre todo, ejercer influencia en la elección presidencial de 2026. Es el retorno del uribismo al centro del escenario.


En el otro extremo, el Pacto Histórico llega fortalecido tras su consulta interna del 26 de octubre. La victoria de Iván Cepeda, con amplio respaldo frente a Carolina Corcho, consolidó una narrativa de serenidad y madurez política. La coalición busca ahora ampliar su base sin fracturas, apoyándose en una lista legislativa que combina líderes sociales, figuras progresistas y nuevos rostros mediáticos como Walter “Wally” Rodríguez, influenciador que simboliza la entrada de las redes sociales al debate político formal.


Ambos acontecimientos —la liberación de Uribe y la reorganización del Pacto— prefiguran una elección polarizada, pero con matices nuevos. El progresismo quiere proyectar renovación, diversidad y estabilidad, mientras la derecha se reagrupará bajo el relato de la “restauración” y la “defensa de la democracia”. El uribismo, ahora sin la carga judicial sobre su fundador, intentará recuperar terreno apelando a la memoria de orden, autoridad y seguridad que marcó los años 2000.


La liberación de Uribe tiene efectos inmediatos en la narrativa electoral. Devuelve a la derecha una figura de cohesión y visibilidad, pero también reactiva la polarización que el país parecía intentar dejar atrás. La política colombiana vuelve a orbitar alrededor de dos polos: el legado uribista y el reformismo de Petro. En medio de ambos, el votante indeciso se convertirá en el terreno de disputa más codiciado: quienes logren hablarle al centro, a la clase media y al ciudadano fatigado por el ruido ideológico tendrán la llave de 2026.


Para el Pacto Histórico, el reto es doble. Por un lado, mantener la unidad interna tras una consulta que mostró diversidad de corrientes; por otro, traducir su discurso ético en resultados concretos: empleo, seguridad, economía familiar. El progresismo no puede limitarse a defender las banderas morales del gobierno Petro; debe construir confianza pragmática. Cepeda representa sobriedad, pero deberá acompañarse de un mensaje económico sólido para no ceder el terreno del bienestar cotidiano a sus adversarios.


Del otro lado, el Centro Democrático y sus aliados necesitarán más que nostalgia. La Colombia de 2026 no es la del primer mandato de Uribe: la ciudadanía exige transparencia, participación y un cambio generacional en los liderazgos. Si el uribismo no logra conectar con los jóvenes y con una nueva sensibilidad social, su retorno podría quedarse en eco de un pasado glorioso pero irrepetible.


En conclusión, el país entra en la antesala de unas elecciones históricas. La libertad de Uribe y la reorganización del Pacto Histórico no son hechos aislados, sino señales del reajuste de fuerzas que marcará el 2026. El progresismo ha ganado cohesión; la derecha ha recuperado voz. Entre ambos, el futuro político de Colombia dependerá de quién logre construir una narrativa que combine orden con esperanza, estabilidad con cambio. El reloj electoral ya comenzó a correr, y los próximos meses definirán si el país se mueve hacia un nuevo equilibrio o revive sus viejas batallas con protagonistas renovados.


Columna de. Jhonatan Rojas Ahumada

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