Don Pedro Bohórquez, el tallador de calabazas de las Plazas Distritales de Mercado


En la Plaza Distrital de Mercado 7 de Agosto hay un personaje que todos conocen, respetan y admiran: don Pedro Bohórquez.


Se trata del único comerciante de todas las Plazas Distritales de Bogotá que se dedica al arte de tallar calabazas. Cada octubre, su trabajo se convierte en un espectáculo que atrae a clientes, turistas y curiosos, pero también a sus propios colegas comerciantes, quienes celebran y se divierten al verlo dar vida a cada calabaza.


Con más de 35 años de experiencia, este hombre empezó a darle vida a su sueño cuando tenía tan solo 15, inspirado por su madre, quien también fue comerciante allí. Desde entonces convirtió a la calabaza, un fruto poco apreciado en el campo -narra- en un producto estrella de la temporada de Halloween en Bogotá.


‘’El proceso parece sencillo, pero requiere paciencia, fuerza y creatividad. Para ello, selecciono las calabazas de mayor consistencia, luego trazo con marcador las líneas iniciales del rostro y, con cuchillos de diferentes tamaños, comenzó a dar forma a ojos, bocas y figuras’’, explica.


En su adolescencia observó que en la ciudad la gente compraba las calabazas como decoración y se inventó la forma de llevar calabazas a la plaza. Eran muy poquitas las que llevaba, tampoco vendía mucho, pero siguió perseverando con su sueño.


Hace 30 años, un pedido del Club El Nogal fue el punto de partida para impulsar su negocio: le solicitaron dos viajes de calabazas. De inmediato viajó a traerlas a Ventaquemada, Boyacá, su pueblo natal.


Su idea no solo le abrió el camino comercial, sino que generó una red productiva que hoy beneficia a más de 500 familias campesinas. ‘’Los campesinos inician la siembra de calabazas, con siete meses de antelación, tiempo en el que dura la cosecha, para estar preparados para la temporada’’.


Comercializa entre 4.000 y 5.000 calabazas en octubre. El precio oscila entre $10.000 y $100.000. Cada una es especial, pero las más llamativas son las que talla con su arte y decora con la tradicional velita al interior, iluminando colegios, apartamentos, bares, restaurantes y hasta embajadas, que reconocen su oficio.


‘’Algunas piezas requieren más tiempo de trabajo y las más grandes, que superan los 60 kilos, hasta la ayuda de dos personas para moverlas’’ , explica.


*Un legado que sueña con dejar a sus hijos*


“Es un arte que no quiero que se pierda. Mi sueño es que mis hijos aprendan a tallar las calabazas y que mantengan viva esta tradición” , comenta don Pedro, mientras sus manos siguen moldeando lo que pronto será una sonrisa iluminada en una calabaza gigante.


Además de su reconocimiento, su vida está marcada por la familia. Su hija mayor, de 25 años, estudia Contaduría Pública y su hijo menor, de 15, cursa estudios en un colegio militar.


“Gracias a la plaza pude sacarlos adelante, como mi madre lo hizo conmigo, criándome entre frutas y el olor del campo”, recuerda.

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