A solo días de su celebración en Santa Marta, Colombia, la cuarta cumbre entre la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) y la Unión Europea (UE), programada para el 9 y 10 de noviembre, ha comenzado con un claro signo de tensión: varios jefes de Estado europeos han anunciado su decisión de no asistir al encuentro, lo que compromete su alcance diplomático y pone en evidencia divergencias estratégicas.
Entre los ausentes figuran la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen, el canciller alemán Friedrich Merz y el presidente francés Emmanuel Macron, según fuentes cercanas a los equipos de la UE. La decisión, según analistas, obedece a una combinación de factores: la presión geopolítica de Estados Unidos sobre Colombia, los recientes conflictos en la región y dudas sobre el compromiso latinoamericano con las agendas europeas de transición y gobernanza.
El impacto de las bajas políticas es significativo. La representación reducida de Europa podría dificultar la adopción de una declaración conjunta robusta o compromisos concretos en transición energética, digitalización y cooperación ambiental. Algunos diplomáticos ya advierten que la cumbre corre el riesgo de transformarse en un foro simbólico más que en una instancia de decisiones tangibles.
La cancelación de mandatarios genera también una presión adicional sobre Colombia, anfitrión del evento. Al ejercer la presidencia pro tempore de la CELAC, Bogotá asumía la expectativa de liderazgo regional. Sin embargo, la falta de acompañamiento de figuras clave debilita su capacidad de promover una hoja de ruta bi-regional y abre un nuevo escenario en el que los términos de la colaboración entre Europa y América Latina podrían quedar en entredicho.
Para América Latina y el Caribe, la situación plantea una reflexión: ¿hasta qué punto la calidad de la cooperación depende de la participación de figuras políticas de alto nivel? Más aún, en un contexto de reconfiguración global —con China, Estados Unidos y Europa disputando influencias en la región— la baja de asistentes puede interpretarse como una señal de que la región no logra motivar o retener el interés diplomático del Norte global.
Desde el lado europeo, la retirada responde también a una estrategia de contención: evitar asociarse públicamente con reuniones que podrían verse como respaldos implícitos a gobiernos objeto de sanciones o controversias. En el caso colombiano, dicha circunstancia habría jugado un papel clave. Una representación más discreta permite a Europa participar sin exponerse a críticas de coherencia geopolítica o riesgos políticos internos.
No obstante, la cumbre aún conserva elementos de relevancia. Dirigentes de Brasil, España y algunos países caribeños han confirmado su presencia, lo que asegura que el diálogo entre sur global y Europa no se cancele por completo. No obstante, los observadores coinciden: el éxito del encuentro dependerá menos de la cantidad de cabezas de Estado que asistan, y más de su disposición a firmar compromisos verificables, asignar recursos concretos y establecer plazos claros para los proyectos bi-regionales.
En última instancia, la IV Cumbre CELAC-UE será un test no solo de diplomacia, sino de credibilidad. Si el evento se limita a fotografías y discursos, el proyecto de una alianza profunda entre Europa y América Latina perderá impulso. Pero si los países logran transformar la asistencia en acción —proyectos en transición energética, digitalización, infraestructura y valor compartido— podrían marcar un nuevo capítulo en el multilateralismo birregional. El desafío, sin embargo, es más duro cuando los líderes cancelan su silla y la estrategia se estrella contra la realidad política.
