A 40 años del Palacio de Justicia, Bogotá convierte la memoria en ceremonia: música, rito y duelo colectivo


Este sábado 8 de noviembre, el Auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional de Colombia no será una sala de conciertos común. Se convertirá en un altar público de memoria, duelo y reconciliación simbólica con el concierto PRESENCIAS – Justicia y Silencio, un ritual artístico para conmemorar las cuatro décadas del Holocausto del Palacio de Justicia. No se trata de una conmemoración oficialista, sino de un acto civil que busca restaurar, desde el arte, lo que la historia todavía no ha reparado.

El programa abrirá con un recital de piano a cargo de Manuela Osorno, quien interpretará obras de Tania León y Jacqueline Nova, dos compositoras que exploraron el cuerpo, el rito y la espiritualidad como territorios sonoros. Son piezas que dialogan con lo ancestral, lo político y lo íntimo, como si el teclado pudiera decir lo que el expediente judicial calló. Cada obra parece convocar el pasado desde la vibración invisible de lo que aún duele.

Luego, el escenario se transformará con Altar de Muertos, de la compositora mexicana Gabriela Ortiz, interpretada por el Cuarteto Q-Arte e intervenida por treinta bailarines de la compañía Teatro Danza Pies del Sol. La música dialogará con el cuerpo, la ausencia con el gesto, la pérdida con la luz. Sobre el proscenio, un gran altar –velas, retratos, mariposas negras, papeles judiciales intervenidos y un diamante dorado vacío– recordará que los desaparecidos nunca dejan de estar presentes.

Para la curadora María Belén Sáez de Ibarra, creadora del ciclo Presencias – Sonidos & Ecos, la pregunta no es cómo recordar, sino cómo hacerlo sin repetir la violencia del silencio. “La memoria sigue fragmentada, la verdad no ha sido completa. El arte no repara jurídicamente, pero sí reconstruye vínculos rotos. El duelo colectivo necesita un lenguaje que no pase por el expediente sino por la experiencia”, afirma.

El concierto es también un gesto político: la memoria no se archiva, se activa. El Palacio de Justicia no es solo un hecho de la historia reciente, es una herida abierta que atraviesa generaciones, familias y la confianza ciudadana en el Estado. Cuarenta años después, gran parte de los responsables no han rendido cuentas y muchas de las víctimas aún no tienen nombre completo en la verdad oficial.

Por eso la ceremonia no busca clausurar nada: no habrá final feliz ni un relato único. Habrá una vigilia sonora que reconoce el derecho a la incertidumbre, al luto inconcluso y a la verdad incompleta. Como en las tradiciones mesoamericanas que inspiran la puesta en escena, el altar no separa a vivos y muertos: los reúne, los convoca y los dignifica.

Más que un espectáculo, el concierto plantea una pregunta radical: ¿puede el arte convertirse en un lugar de justicia simbólica cuando la justicia institucional ha fallado? La respuesta no está en el discurso, sino en el cuerpo que escucha, canta o guarda silencio. La memoria no se impone: se comparte, se encarna, se transmite en comunidad.

El proyecto forma parte de una serie de conmemoraciones artísticas que recorrerán noviembre: un réquiem por Hiroshima, un homenaje al periodista asesinado Guillermo Cano, y una misa instrumental dedicada a las víctimas de la bomba atómica. Todas bajo la misma premisa: no hay sociedad democrática sin memoria viva.

La entrada al concierto es libre. Quien llegue podrá sentarse, escuchar, llorar o simplemente estar. También podrá llevar la fotografía de un ser querido desaparecido o asesinado, para depositarla en el altar como un acto íntimo y político al mismo tiempo. Cada rostro sumado es una negativa al olvido.

PRESENCIAS – Justicia y Silencio no pretende cerrar una página, sino impedir que la pasen sin ser leída. A cuarenta años del incendio que marcó al país, Bogotá responde no con discursos oficiales, sino con un lenguaje más antiguo que la violencia: el rito. Y con una certeza: cuando el Estado no escucha, la memoria se organiza y canta.

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