Luisa María Ramírez. La mujer que gobierna el corazón productivo del Suroriente de Bogotá: Antonio Nariño

 


En una Bogotá saturada de promesas políticas y discursos efectistas, hay liderazgos que se destacan por una virtud escasa: la gestión silenciosa. Ese parece ser el sello de Luisa María Ramírez Riascos, actual alcaldesa local de Antonio Nariño, nombrada oficialmente mediante el Decreto 387 de 2025 por la Alcaldía Mayor de Bogotá. Su llegada no fue un golpe mediático, sino una decisión técnica que apostó por la eficiencia en la administración de una de las localidades más dinámicas y retadoras de la capital.


Ramírez Riascos no es una figura improvisada en los asuntos públicos. Es ingeniera de sistemasespecialista en gerencia de proyectos y cuenta con un MBA en administración, credenciales que la describen como una profesional estructurada, de enfoque metódico y con capacidad de liderazgo en entornos complejos. Su formación, más que adornar su hoja de vida, ha sido la herramienta con la que ha construido un estilo de gobierno basado en la planeación, la organización y la evaluación constante de resultados.


Su carrera en el sector público comenzó lejos de Bogotá, en el departamento de Nariño, donde trabajó en la Alcaldía de Ipiales y en empresas de servicios públicos como Empoobando S.A. E.S.P. Allí ocupó cargos técnicos y gerenciales que le permitieron conocer de cerca los desafíos de la administración territorial. Más tarde, continuó su trayectoria en el Ministerio de Vivienda, Ciudad y Territorio, en proyectos relacionados con agua potable y saneamiento básico, consolidando así una experiencia que hoy le permite tomar decisiones con conocimiento de causa sobre contratación, planeación y políticas públicas.


Esa experiencia acumulada durante más de nueve años en el sector público se refleja ahora en su labor como mandataria local. Desde el primer día, la alcaldesa ha mostrado una visión de gestión cercana y participativa, impulsando espacios de encuentro como las mesas de trabajo con comerciantes y la articulación con entidades distritales para atender las problemáticas estructurales del territorio. Su enfoque ha sido el de tejer confianza con los distintos actores locales y convertir los reclamos ciudadanos en planes de acción medibles.


El gran laboratorio de su gestión está en el barrio Restrepo, epicentro económico y comercial de la localidad, donde el debate sobre el comercio informal se entrecruza con el uso del espacio público y la seguridad. Ramírez Riascos ha entendido que el desafío no es solo ordenar las calles, sino conciliar derechos: el de quienes trabajan para subsistir y el de quienes reclaman movilidad y seguridad. Por eso ha apostado por el diálogo, la concertación y la planificación a largo plazo, alejándose de las soluciones drásticas que tanto ruido generan y tan pocos resultados dejan.


La alcaldesa también ha dado prioridad a la transparencia administrativa. Consciente de que su nombramiento implica ser evaluada por resultados concretos, ha fortalecido los procesos internos del Fondo de Desarrollo Local, impulsando contrataciones con criterios técnicos y rendición de cuentas claras ante la ciudadanía. Su visión es que la autoridad local debe medirse por la eficacia de sus programas, no por la cantidad de eventos o titulares.


Más allá de los informes y los decretos, el estilo de Ramírez Riascos es el de una gerente pública moderna. No improvisa, planifica; no busca reflectores, busca impacto. En una época en que la política distrital se debate entre la inmediatez y la polarización, su papel en Antonio Nariño representa una bocanada de sensatez: una gestión que no necesita ruido para ser visible.


El reto, sin embargo, es monumental. Con una comunidad exigente, un tejido comercial vibrante y una agenda urbana en constante transformación, mantener el equilibrio entre desarrollo, convivencia y transparencia será la prueba de fuego de su administración. Los resultados en materia de ordenamiento del espacio público, ejecución presupuestal y fortalecimiento de la participación ciudadana marcarán su legado.


Si logra convertir la gestión en una herramienta de confianza ciudadana, Luisa María Ramírez Riascos habrá demostrado que los liderazgos locales también pueden ser sinónimo de técnica, ética y servicio. Y en una ciudad donde la política a menudo se mide por el escándalo, su silencio eficiente podría ser la mejor noticia que Bogotá no sabía que necesitaba.

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