En un país donde los archivos suelen perderse entre el polvo y el olvido, Alexandra Falla Zerrate decidió convertir la memoria en su proyecto vital. Comunicadora social, académica y gestora cultural, lleva más de dos décadas dedicada a preservar el patrimonio fílmico de Colombia, convencida de que rescatar imágenes del pasado es también una forma de construir futuro. Desde su oficina en la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano, habla con la serenidad de quien trabaja contra el tiempo, pero con la certeza de estar salvando un pedazo de la historia colectiva.
Falla Zerrate llegó al mundo audiovisual desde el periodismo y la docencia. Formada en la Universidad Externado de Colombia y con una maestría en Ciencias Políticas de la Pontificia Universidad Javeriana, aprendió pronto que los medios no solo informan: también moldean la identidad de un país. Esa convicción la llevó a ocupar cargos en instituciones públicas como Canal Capital, TransMilenio y la Autoridad Nacional de Televisión (ANTV), donde impulsó proyectos de comunicación pública y educación mediática con enfoque ciudadano.
Su nombre se consolidó al asumir la dirección de la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano (FPFC), la entidad que desde 1986 custodia los registros visuales y sonoros más importantes del país. Bajo su liderazgo, la Fundación ha digitalizado miles de cintas y restaurado obras fundamentales del cine nacional, entre ellas joyas como La langosta azul y noticieros históricos de los años 50 y 60. “Cada fotograma que rescatamos es un acto de resistencia contra el olvido”, ha dicho en entrevistas. Y es precisamente esa resistencia la que le ha valido reconocimiento internacional.
En 2024 fue elegida presidenta de ATEI, la Asociación Iberoamericana de Televisiones Educativas y Culturales, convirtiéndose en la primera mujer colombiana en ocupar ese cargo. Desde allí promueve una agenda que combina innovación tecnológica con diversidad de género y memoria audiovisual. Su liderazgo ha logrado tender puentes entre las televisoras públicas iberoamericanas y los archivos históricos, fomentando la creación de redes que conectan la preservación cultural con la educación y la equidad.
Pero más allá de los cargos, Alexandra Falla ha construido un legado que trasciende las instituciones: el de abrir espacio a las mujeres en la industria audiovisual. En un sector históricamente dominado por hombres, ha impulsado políticas de inclusión y formación para nuevas generaciones de realizadoras, archivistas y gestoras culturales. “El audiovisual no puede ser solo una mirada masculina del mundo”, afirma con firmeza. “Cada mujer que ocupa un lugar detrás de cámara o en la gestión de un archivo está reescribiendo la historia desde otro ángulo”.
Su visión del patrimonio no se limita a conservar el pasado, sino a interpretarlo con mirada contemporánea. Bajo su dirección, la FPFC ha incorporado programas de inteligencia artificial para la restauración digital y ha impulsado la difusión de los archivos fílmicos en plataformas abiertas, acercando el legado visual de Colombia a públicos jóvenes. En los laboratorios de la Fundación, los rollos de celuloide conviven con algoritmos que reconstruyen color y sonido, un diálogo entre lo analógico y lo digital que resume su filosofía: “preservar innovando”.
Alexandra Falla representa una generación de mujeres que entiende la cultura como un espacio de transformación social. Su trabajo combina rigor académico, gestión pública y sensibilidad humana. En cada intervención pública recuerda que el patrimonio audiovisual no es un lujo ni una nostalgia, sino un derecho ciudadano: el derecho a conocernos y reconocernos en nuestras propias imágenes. Su voz, serena pero firme, suena a advertencia y esperanza al mismo tiempo.
En un país que a menudo se olvida de mirar atrás, Alexandra Falla Zerrate sigue proyectando las imágenes del pasado sobre la pantalla del presente. En cada cinta rescatada, en cada estudiante formado y en cada mujer que lidera un proyecto audiovisual gracias a su impulso, hay una certeza luminosa: la memoria tiene rostro de mujer, y en Colombia ese rostro tiene nombre y propósito.
