La reciente filtración de un video íntimo que involucra a reconocidas figuras públicas ha puesto de nuevo en el centro del debate un tema que afecta a millones de personas: la permanencia de la huella digital y la dificultad para proteger la intimidad en internet.
De acuerdo con Nicolás Marchal, director del grado en Criminología y Ciencias Forenses de la Universidad Nebrija, “una vez se pulsa el botón ‘publicar’, dejamos de ser propietarios de nuestro propio contenido. Cualquier persona puede descargarlo, modificarlo y republicarlo”.
La cara oculta de la huella digital
La huella digital abarca todo rastro en internet y se divide en tres categorías: activa (lo que publicamos conscientemente), pasiva (metadatos, cookies, geolocalización) y social (lo que otros publican sobre nosotros). Según Nicolás Marchal, “el riesgo más grave sería el uso de esa información para llevar a cabo un hecho delictivo, como puede ser la extorsión a la víctima para no difundir el material encontrado, o bien, la suplantación de identidad de la víctima para la solicitud de préstamos bancarios, intentar estafar a otras personas o generar un perjuicio en el entorno cercano de la víctima”.
Un informe de la Interpol (2024) reveló que el 60 % de los ciberdelitos en Latinoamérica tienen motivación económica y la exposición de información personal es uno de los principales detonantes.
El negocio de la filtración y la vulnerabilidad digital
La proliferación de dispositivos electrónicos y la facilidad de acceso a información personal han convertido la ciberdelincuencia en una industria en crecimiento. El experto advierte: Ya sea por motivos personales o laborales, todo el mundo tiene un smartphone, tablet u ordenador, y, por consiguiente, con un mayor número de dispositivos es más fácil poder encontrar una vulnerabilidad, acceder al dispositivo y obtener el contenido que mayor rentabilidad va a dar al delincuente.
Un estudio de Cybersecurity Ventures estima que para 2025 los delitos cibernéticos costarán al mundo 10,5 billones de dólares anuales, convirtiéndose en una de las economías ilegales más lucrativas.
Derecho al olvido: un recurso limitado
Aunque el derecho al olvido permite solicitar la eliminación de información personal, su efectividad es relativa. “Ante un contenido viral, hacer uso del derecho al olvido o cancelación y que este sea aplicado, en ocasiones no tiene relevancia alguna, pues, como se ha mencionado, los usuarios pueden hacer capturas de pantalla, descargarse el contenido y republicarlo en foros, canales de Discord, Telegram, y aunque se elimine la publicación original, las réplicas escapan a cualquier control centralizado.”, explica el profesor Marchal.
Deepfakes: el nuevo riesgo invisible
El auge de la inteligencia artificial ha multiplicado los desafíos. Hoy es posible crear o manipular videos y audios con un realismo casi indetectable. “Por ejemplo, para clonar la voz de otra persona solamente son necesarios 10 segundos de grabación de dicha voz, pasarlo por una IA específica, y a través del sistema “voice tovoice”, se puede generar una conversación perfecta simulando la voz que se ha clonado. Este tipo de prácticas las utilizan los ciberdelincuentes para estafar a víctimas que son llamadas por familiares solicitando dinero”, advierte el experto.
Según la consultora Deeptrace, los contenidos deepfakeaumentan un 900 % cada año, y más del 90 % de ellos son de carácter sexual o íntimo.
Educación y prevención: la verdadera protección
Según Marchal, cada vez más se recurre al término "alfabetización digital", donde se hace ver que el mero hecho de nacer con tecnología o saber utilizar un dispositivo electrónico no es sinónimo de ser conocedor de todos los riesgos y amenazas que se producen en internet.
Es necesario evolucionar hacia una educación digital más proactiva, alejándose del enfoque tradicional de "buenas prácticas" genéricas para centrarse en simulacros de crisis digitales y protocolos de respuesta ante incidentes reales, estrategias específicas ante deepfakes personales y contenido sintético, identificación de "red flags" en comunicaciones digitales, entrenamiento en reconocimiento de contenidos manipulados y técnicas de verificación y simulaciones controladas de ingeniería social para desarrollar resistencia.
“Un error muy común es pensar que “yo no soy importante” o “no tengo nada que esconder”, y, por lo tanto, no tomar ninguna medida. Este tipo de personas son el objetivo perfecto para los delincuentes, ya que suelen ser quienes más suelen exponerse, y, por consiguiente, el delincuente encuentra la forma de obtener su beneficio.”, concluye Marchal.