En un país, y especialmente en una región donde la religión es base de la vida cotidiana de sus habitantes, la minería no es exenta de vivir ese espíritu místico amparado en el manto de la Virgen del Carmen que protege al oro que se encuentra en las montañas de Segovia en el departamento de Antioquia, y a sus habitantes que en su mayoría son mineros que dependen de la extracción del oro, preciado mineral que desde los inicios de la humanidad se convirtió en símbolo de poder, riqueza y estatus.


Y ese metal dorado, brillante y con una enorme importancia para el desarrollo económico de las naciones, como del avance tecnológico que tiene las sociedades modernas al ser este mineral clave para la conductividad de los artículos tecnológicos que la humanidad porta todos los días, han puesto al oro como la piedra mas apetecida y con mayor interés de explotación en las últimas décadas, alcanzando valores astronómicos por cada gramo que se consigue de ella.

Pero bajo esa premisa no solo del valor y de su importancia estratégica, sino de la misma imagen que esta representa para el ciudadano común al ser la oportunidad perfecta para poder salir de la pobreza que es característica en las poblaciones colombianas y permitirse dar una mejor vida al lado de sus familias o los seres que aman.


Con esa idea que a diario tienen los hombres y mujeres que a diario entran a las vetas en búsqueda de una enorme piedra que les permita salir de las dificultades y soñar en un mejor futuro, sale el sol en la montañosa Segovia, tierra que ha visto desde los tiempos precolombinos la salida del oro como los rayos del astro rey y que fueron parte de las transacciones con la codiciada sal explotada en la Sabana de Bogotá.



Y luego de los periodos coloniales, de la independencia y de la temprana republica colombiana, Segovia vería un crecimiento exponencial de las personas que al mejor estilo de la fiebre del oro en California a mediados del siglo XIX encontrarían oro para ser extraído y procesado, siendo llevado a la venta a los mercados de la entonces pequeña Medellín o la capital del país Bogotá y transportada a diversas partes del mundo.


Pero, luego de un breve recuento de la historia que vivieron los habitantes de este pequeño pueblo a cuatro horas de la capital antioqueña, entender como es el despertar de un minero que a las 5 de la mañana luego de una ducha y un buen desayuno de huevos, caldo de costilla, un calentado digno del paladar paisa y una taza caliente de café acompañado de pan para soportar las intensas jornadas en la veta minera, arrancan el día con una oración a Dios y el deseo de que salgan bien pagos de su jornada o que minino no sea su último día de vida.


Luego, en una moto, algunos destartalada y que le hacen mantenimiento periódicamente en alguno de los talleres que encuentran en su municipio o en su vecina Remedios, o nueva porque tuvieron la oportunidad de encontrar oro o ser bien pagados por la empresa con la que trabajan, la cual una gran mayoría trabajan con la multinacional colombo-canadiense Gran Colombia Gold, se dirigen a una de las minas a la espera de que el milagro ocurra.


Salen de su casa con morral en mano y un overol azul con un verde fosforescente que le permita ser identificado fácilmente en el interior de la mina, botas amarillas o negras de punta de acero, algunos con rosario o la estampita de la Virgen o del Divino Niño y otros con una sonrisa que en realidad delata algo de angustia, pero esperanza y seguridad de que están bien protegidos mientras trabajan de manera dedicada para explotar el preciado oro.


Al llegar a la entrada de una de las minas de Gran Colombia Gold, empresa que entró en la operación de la compañía durante los años 90 y que a raíz del conflicto armado que se vivía en la región debió salir del país, pero retornando triunfante en 2010 se apropio de los títulos mineros de Frontino Gold Mining para dar un giro de 180 grados frente a la seguridad y productividad de la minería del oro en el país; el minero se encuentra con un detalle que aunque parezca molesto es por el bien de ellos: la seguridad.


Para muchos, parece esto algo incomodo e incluso molesto para el trabajador que diariamente se encuentra trabajando en estos espacios confinados a dos kilómetros debajo de las montañas de Segovia, pero como indica una de las guardias que reservo su nombre durante esta experiencia, explica que es por el bienestar y la protección de todos al garantizar que quienes ingresan sean empleados o parte de las subsidiarias o compañías que tienen derecho de explotación en estas vetas y con ello prevenir robos o alguna actividad que pueda afectar a la empresa y a quienes trabajan.

Botas afuera, el toque de los guardias de seguridad en los cuerpos de los mineros y la revisión exhaustiva de cascos, luces, caretas de protección y los morrales de cada empleado son parte ya de una rutina que a veces puede ser como dicen los empleados algo aburrida, pero que comprenden que es necesaria y hasta incluso a veces recomiendan formas más prácticas de revisar.


Al concluir esta rutina, el minero se prepara para su aventura diaria, su inicio de labor como topo que escarba la tierra en búsqueda de oro y otras piedras que son parte de la operación de la compañía en la que trabajan y por supuesto, las medidas de cuidado son imprescindibles dentro de su angustiante, claustrofóbica pero milagrosa labor.


Ya con las botas punta de acero bien puestas, el overol limpio y preparado para recibir las ráfagas de polvo que pueden haber luego de las voladuras que de manera controlada hacen en los puntos que previamente los geólogos que trabajan con Gran Colombia revisan para saber si allí encontraran el preciado oro y otros elementos que los convierten en la imagen viva de un soldado post apocalíptico bajo la óptica de los poco conocedores de este sector, los preparan para bajar en los vagones rumbo al destino laboral.

Al estar preparados para entrar a mina, las luces de las lámparas de doble intensidad están ensayadas y cargadas para ser puestas en el casco y la batería de la misma preparada para que en los caminos de estos hormigueros humanos no falte el brillo para seguir el camino; además de una careta que parece más bien las usadas en las películas como Mad Max, pero que en realidad cuentan con filtros de altísima calidad y desarrollo permanente hecho por una de sus proveedoras para retener partículas nocivas que el minero podría respirar, o vapores, metales suspendidos en el aire u otros elementos desconocidos para el cuerpo y que a través de la nariz pueden llevar a que el minero enferme o peor aun, no salga con vida.


Pero no todo queda allí con estos elementos básicos, porque también cuentan con un equipo que le conocen de salvamento minero, que no es mas sino una especie de aparato portátil que se utiliza para mantener la vida y la respiración a salvo mientras se llega a una pieza clave de la protección de vidas y en la cual Gran Colombia Gold se volvió pionera de este tipo de salones en el país.


Antes de bajar, el personal de Seguridad en el Trabajo revisa que cada elemento este bien puesto, el casco asegurado y los demás elementos de protección y prevención laboral estén en su lugar en cada bolsillo que los overoles proporcionan para la comodidad que se requiere cuando se llega a los espacios.


Los hombres y mujeres se preparan para bajar en los vagones, halados con un sistema de poleas y un motor alimentado con electricidad que permite la extracción de materiales explotados como de las personas que tienen que revisar detalle a detalle toda la operación, siendo el eje central para que la mina sea eficiente en cada momento.


Luego de las oraciones a Dios, a la Virgen y una instrucción para mantener mientras se baja entre 300 a 400 metros de distancia a la primera estación de operaciones, los trabajadores, que se mezclan entre los ingenieros, topógrafos, geólogos, ingenieros ambientales, e incluso uno que otro periodista que visita la centenaria Mina El Silencio, piden solamente volver a ver el sol.

Comienza la travesía, entre 5 a 7 minutos demora el recorrido al nivel 21, primera parada de toda esta aventura bajo tierra, al salir del vagón de transporte que se asemeja al funicular que hace parte de las travesías turísticas de muchas zonas del mundo, las personas toman un respiro, se colocan bien su mascarilla antigases y antipartículas y comienzan a pie a bajar un estrecho y algo empinado corredor que los lleva a una bocatoma gigante donde una camioneta aguarda la llegada para ser transportado a la acción.


La Virgen de los mineros, muy pequeña pero con un altar improvisado puesto allí es nuevamente la guía de este recorrido que junto al conductor y un grupo de mineros comienza a hacerse por los laberinticos espacios que se recorren dentro de “El Silencio”, con claramente un aire relativamente distinto al que se respira en la superficie, pero con el monitoreo permanente de equipos especializados que recopilan permanentemente las condiciones de gases que hay en esta zona y la calidad del sistema de ventilación.


Al recorrer cada espacio, los mineros encuentran el primer lugar y es el taller, un espacio donde un grupo de ornamentadores, técnicos automotrices, ingenieros de motores y un ejercito de reparadores tienen en sus manos la operación eficiente de maquinas de perforado, vehículos de carga y pasajeros, retroexcavadoras, entre un sinfín de elementos que son reparados a la velocidad parecida a la de los pits cuando son sencillas y muy metódicas, programadas y dedicadas en momentos donde el daño puede ser profundo.


Saliendo de ese espacio y bajando al fondo de los laberintos mineros, se encuentra una habitación que más arriba se menciona como sorpresa o más bien iniciativa de Gran Colombia Gold, y que la ha convertido en sinónimo de seguridad y protección ante cualquier amenaza.


El cuarto de salvamento minero, que se caracteriza por ser de color blanco, con indicaciones de gran tamaño que permite su fácil identificación frente a otros espacios de la mina y dos puertas de seguridad que permiten el filtrado y la descontaminación de otros agentes provenientes del aire, lo llevan a ser el claro ejemplo de lo preparado que un minero puede estar para soportar mientras ocurre un rescate en la superficie.


Dotada de filtros de aire de avanzada calidad, tanques de oxigeno de emergencia, comida preparada especialmente para alimentar y generar el mínimo desecho orgánico que puede generar el cuerpo, evitando salidas constantes al baño, colchonetas y mantas perfectas para soportar las condiciones del espacio y un sistema de primeros auxilios en caso de heridas u otro tipo de situaciones que afecten la salud de los mineros son parte de estos cuartos que se encuentran disponibles en distintos puntos de “El Silencio” y que permiten garantizar la vida o mas bien, la supervivencia del que se encuentre allí abajo.


Más abajo comienza el espectáculo central de toda la operación, la exploración, explotación y extracción de los minerales que los hombres y mujeres que trabajan allí encuentran entre muchas toneladas de piedras que se encuentran dentro de la mina, comenzando la travesía en un punto a 2 kilómetros debajo de la superficie.

El aire se pone más raro, la luz ya no es tan brillante como en los otros corredores de la mina que cuentan con sistemas de iluminación puestos por la empresa y que en el caso de esta veta a visitar ya requiere la mayor luminiscencia de la linterna que esta sobre el casco; dando brillo a un lugar que desde el inicio mismo del planeta Tierra ha estado en la oscuridad.


Al llegar allí, muchos se encuentran con nombres de piedras que son comunes para nosotros como el cuarzo, una especia de cristal transitorio entre el carbón y el diamante que es clave para muchas industrias, dado la cantidad de materiales que pegados a esta piedra semipreciosa pueden encontrarse; otras graciosas como la pirita conocida como “el oro de los tontos”, que realmente es una especie de piedra donde se sustrae azufre, y que por su brillo dorado puede ser confundida como oro.


Pero al llegar a ese punto y al saber que el oro no es como lo pintan, y que incluso extraerlo no es tan sencillo o incluso puede ser indetectable a simple vista, convierte a este trabajo en una mezcla de frustración y a la vez de victoria, al saber que de cada tonelada de tierra que se vaya a volar, solamente entre 7 a 21 gramos de oro podrían encontrarse allí, dependiendo de la bondad que la madre naturaleza tenga con sus amados y a la vez incomprendidos mineros.


Ya el taladro hidráulico se prepara para llegar a un punto entre la veta, colocar un explosivo conocido como “Indugel” y preparar todo para que desde un sistema accionado de manera electrónica, esta especie de plastilina altamente volátil estalle y permita que las piedras que son arrancadas del subsuelo puedan ser extraídas.


Muchos creerán locos a los mineros, pero al ver que hay pequeños brillos plateados que resaltan frente a la piedra les da la buena noticia de haber encontrado el preciado oro que ahora tendrá que salir en unas volquetas amarillas casi anaranjadas que llegan cuan rayo veloz atraviesa el cielo.


Listas con retroexcavadora en mano y preparadas para recibir toneladas de material listo para ser llevado arriba bajo los cielos antioqueños, los mineros cumplen su deber a diario de encontrar oro entre los montones de piedras, tierra, cristales y otros tipos de minerales que se ven al ojo del ser humano convencional.


La rutina termina, la noche se acerca para los mineros del turno de la mañana, y cansados de su labor, de soportar horas con una careta incomoda pero que salva sus vidas frente a los vapores tóxicos que pueden respirar si no las usan, de una lámpara y una batería que sumado al casco pesan bastante, y sin contar los guantes ya sucios de tanta tierra que han tenido que picar o palear para ser explotada o la protección visual, la cual es usada para evitar que esquirlas de piedras o cristales lleguen a los delicados ojos de estos héroes bajo tierra.


El mismo vagón en “El Silencio” se prepara para subirlos, luego de volver en las camionetas hacia el nivel 21, donde suben el empinado corredor lleno de cables, tuberías, agua y piedras que la rodean; y en el silencio que es roto por el sonido del vagón de carga que sube las piedras explotadas, se preparan para subir de nuevo a la superficie.

Ya de nuevo arriba y con una oración a la Virgen luego de bajar del vagón y llegar a una capilla construida por la empresa para sus empleados donde le ponen velas y rosarios para agradecer la intercesión ante Dios para vivir un día mas y llevar el pan a la mesa gracias al oro, regresan para ser nuevamente requisados de pies a cabeza, evitando que ellos se lleven sin permiso alguna piedra que tenga así sea un pequeño polvillo de oro.


Cascos afuera, botas retiradas de los pies cansados de los mineros, guantes fuera de las manos que los poseían y overoles abiertos para revisar que no salga nada extraño y con ello dar fin a la extenuante jornada de trabajo que termina con un recorrido en moto por Segovia, una cerveza muy fría para pasar el intenso calor debajo de la mina y el abrazo de la pareja y sus hijos que su trabajo les da como dijera la famosa canción de Héctor Ulloa “cinco centavitos de felicidad”.


La comida es abundante, luego de que el minero en su almuerzo recargó fuerzas allá abalo en la mina, y luego de una ducha, un momento para compartir en familia, ver la televisión o chatear un rato, llega el momento de dormir, pensando que al día siguiente el milagro de lograr la riqueza pueda estar cerca, pero que al menos la desesperación de saber si al día siguiente sobrevivirá porque el esfuerzo de la empresa a la que trabaja para protegerlo se ve en el pan de cada día.